Un texto inédito de Michel Foucault

 

«Hace mucho tiempo que se sabe que el papel de la filosofía no es descubrir lo que está escondido, sino de convertir en visible lo que precisamente es visible, es decir, hacer aparecer lo que es tan cercano, lo que es tan inmediato, y lo que está tan íntimamente ligado a nosotros mismos, y que a causa de ello no lo percibimos»

                                                  Michel Foucault

«Si el trabajo de Foucault, a lo largo de toda su vida, es un trabajo filosófico, es debido a que apunta sin cesar a poner trampas a su propia cultura –y a montar trampas a nosotros– con el fin de abrir la posibilidad de pensar y vivir de otra manera»

                                                Orazio Irrera y Daniele Lorenzini

Afirmaba, en su Retórica, el Estagirita que se filosofaba de todas, todas, ya que si se filosofaba porque se filosofaba, si no se filosofaba para explicar por qué no se filosofaba, el caso es que siempre se filosofaba. Lo que sí que resulta innegable es que desde que aparecieron los primeros tanteos en la Grecia del siglo VI antes de nuestra era hasta el presente los humanos no han dejado de filosofar, entendiendo por tal no solo lo que etimológicamente significa el término (amor a la sabiduría) sino también como búsqueda de la felicidad, de una vida, buena, que case con el mundo, tratando de lograr la armonía: de ahí la vida comunitaria que llevaban los primeros filósofos, y muy en concreto los pensadores del helenismo. La persistencia de esta singular actividad (si hablo de «singularidad» es debido a que la definición de su materia parece ser su propia materia y no hay más que ver en este orden de cosas la cantidad de obras dedicadas a definir qué es esa cosa llamada filosofía: Heidegger, Ortega, Merleau-Ponty, Lyotard, Deleuze&Guattari, Danto, Rubert de Ventós, Nagel, Korner, García Morente, Ajdukiewicz, Gourinat, José Echeverría, Emilio Lledó, Merleau-Ponty, Alain, Hollis, Bontempo y cía, Techman y Evans, Auzenbacher, Pierre Hadot, Güell y Muñoz, Bertrand Russell, Julián Marías, Sánchez Meca, Manuel Cruz, Gómez Pin, ,etc., y no sigo…pues daría para llenar varias páginas de la páginas amarillas); así pues, el quehacer del que hablo, quizá suponga una muestra de la neurosis del género humano tal y como aseveraba Kolakowski, o como inevitable consecuencia del surgimiento del lenguaje que hace que los humanos pretendamos explicarnos todo yendo para ello más allá de la realidad pura y dura (los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo, decía Wittgenstein). A pesar de los cantos fúnebres que se han entonado una y otra vez, en especial en el pasado siglo y lo que va del presente, como continuación del inacabado XX, los filósofos siguen añadiendo notas a pie de página al inagotable Platón , que dijese Witehead. Conste que cuando hablo de «filosofía» no me refiero a la espontaneidad del pensamiento que hace afirmar a algunos, como para vaciar / difuminar el contenido de una disciplina bien concreta (?), que todos somos filósofos…quizá siguiendo inconscientemente la división que establecía Kant entre filosofía académica y mundana, con lo cual todo quedaría reducido a la filosofía del porquero (ya que la verdad es verdad la diga este o Agamenón). Nada hablemos del uso del término para referirse a sandeces varias como la filosofía del club, de la empresa, o…yo qué sé.

Pues bien, a la lista recién mentada ha de añadirse el nombre de un pensador que se resistía a ser considerado filósofo, incluido por algunos en el conjunto de los historiadores, del que acaba de publicarse un libro de clarificador título: «Le discours philosophique» en cuya faja se lee: Qu´est-ce que la philosophie? par Michel Foucault. El libro ha sido editado en la colección Hautes Études / de EHESS-Gallimard-Seuril. Durante mucho tiempo los cuadernos que componen la obra fueron considerados como un curso que el pensador de Poitier había impartido en la universidad de Túnez en 1966-1967; tras diversas averiguaciones, los responsable de la obra, François Ewald, Orazio Irrera y Daniele Lorenzini han llegado a la conclusión de que ésta fue elaborada en los momentos posteriores a la elaboración de Las palabras y las cosas (Les Mots et les Choses), publicada a principios de 1966. Lo que resulta curioso, quand même, es que este texto, cuidadosamente redactado, no fuese sido entregado para la publicación en su momento…tal vez es que su autor quisiera permanecer enmascarado sin poner sus cartas encima de la mesa.

Cuando Foucault se definía más que como filósofo, como artificiero, es debido a aque su singularidad a la hora de practicar la filosofía, en busca de las técnicas, disciplinas e instituciones que conformaban la constitución de los sujetos modernos, adoptando la función de nuevo archivista, surgía su pensamiento en el cruce de diferentes discursos: científicos, literarios, psicológicos, etc., no asomando lo propiamente filosófico de manera clara más que en sus últimos tiempos cuando visitó los autores de la antigüedad griega y romana, ademas de no dedicar obras a la glosa y/o interpretación de las celebridades del panteón filosófico, apareciendo algunos de ellos fugazmente por sus obras; tal vez, además de a las excepciones señaladas podrían añadirse algunas textos acerca de Nietzsche o la Antropología kantiana o la definición de este último de la Ilustración, como ontología del presente, destacando la función crítica del filósofo de Königsberg al interrogar las condiciones de posibilidad del acceso a lo verdadero, marcando los límites de la metafísica.

La obra que ahora se presenta es un repaso, en el que va desbrozando la filosofía que estaba presente en los programas académicos de sus tiempo, y los debates que agitaban el panorama hexagonal. El eje de su interpretación acerca del discurso filosófico, reside en considerar el objetivo de éste como el diagnóstico del presente, unido a detectar el acontecimiento (¿qué es lo que pasa hoy?, y con tal fin constatar que somos atravesados por procesos, movimientos de fuerzas…» que deben ser diagnosticados), no constituyéndose en un discurso sobre el discurso, auto-referencial, sino ligado a otros discursos ajenos a la interioridad del discurso filosófico. Con tal pretensión va avanzando por los diferentes momentos de la marcha de la filosofía, y de la historia de ella, al tiempo que deslinda los diferentes objetos entre discurso filosófico y científico, entre ficción y filosofía, destilando ls diferentes características del discurso que pretende definir, delimitar. Si hubo una época en la que el dominio del terreno filosófico era marcado por Descartes, tratando de articular el sujeto pensante y hablante con el discurso y los temas con su pensamiento relacionados: Dios, el alma, el sujeto, el mundo, …llegó un momento en que se produjo una ruptura, un giro que fue provocado por Nietzsche al descomponer el discurso clásico de la filosofía occidental (no está de más indicar que en cierto sentido -señala Foucault- este papel de la filosofía detectar signos de los tiempos ya se daba en los filósofos griegos, convertidos en médicos y exégetas, abarcando también la tarea de los clérigos, como era el caso de Heráclito y Anaximandro), considerando al filósofo como médico de la cultura, sin capacidad de curar, de dicha impotencia brotan las tendencias a anunciar la muerte de la filosofía; con respecto a las corrientes postnietzscheanas, marca los límites de las visiones del positivismo lógico, las filosofías de lo vivido, con alusiones a Wittgenstein, a Heidegger, Sartre, y a Karl Jaspers, sin obviar las puntualizaciones a la fenomenología husserliana y su enredo en el sujeto cartesiano, desvelando sus supuestas insuficiencias y falta de coherencia, al caer en cierta medida y de diferentes formas en la endogamia filosófica limitada a la primacía de su propio discurso interno; las diferencias con ciertos contemporáneos, como Althusser y Derrida, tampoco faltan: con el primero en lo relacionado con el discurso, con el segundo en lo referente a la arqueología y el lenguaje. En ese orden de cosas, por la senda abierta por el autor de Más allá del bien y del mal, Foucault en su quehacer va a recurrir a análisis en los intersticios de diferentes discursos literarios (el yo como eje, y el Quijote como fundador en palabras de Foucault)), científicos (el objeto, y Galileo como pionero, al autonomizar el campo de la física), religiosos (el más allá), médicos, judiciales, morales y políticos, distinguiendo el discurso filosófico por destacar su yo-aquí-en el presente (triada denominada como el ahora del discurso). Su ajuste de cuentas se dirige a los modos de filosofar anclados en las temáticas eternas (deudoras de las Ideas de Platón), que avanzaban por los bordes de la metafísica, de la ontología, creando un discurso que fundamentalmente solamente tenía en cuenta el propio discurso, interno, de la filosofía, postura que quedaba también plasmada en la forma de elaborar la historia de la filosofía, que por la senda de inspiración hegeliana suponía diferentes ajustes acerca los mismos temas, sobre las mismas cuestiones y las diferentes repuestas que se daban a tales interrogaciones; los señalados son Gueroult, Vueillemin, e Hypolittte. En medio del recorrido va marcando algunas funciones del quehacer filosófico como la justificación, la interpretación, crítica y comentario, al tiempo que señala las condiciones de posibilidad del discurso filosófico…señalando de manera pormenorizada los desplazamientos sucesivos que se han ido produciendo hasta llegar a lo que denomina la mutación de hoy.

Algunas de las fases de la obra foucaultiana, ya sean la arqueológica, genealógica, relacionada con las tecnologías del yo o sus incursiones por la filosofía greco-romana y el souci de soi y la parresia -de la verdad encarnada habla al referirse a los cínicos- dan testimonio de la puesta en acto de algunos de los aspectos, que ya podía vislumbrarse, me atrevo a decir que de manera cuasi-programática más que nada por la huella que en textos posteriores dejó cierto modo de hacer y algunos conceptos concretos como discurso, archivo, y que trataría de explicitar en su posterior libro metodológico Arqueología del saber…, en los quince capítulos de los que consta el libro, con numerosas notas que justifican las diferentes citas y que señalan los lazos con algunas de sus obras y las de otros, se añaden páginas de los cuadernos que eran su Diario intelectual se señalan algunas direcciones que posteriormente sería seguidas por su quehacer. En fin, un hondo rastreo plenamente filosófico por los pagos de las filosofías de su tiempo, el presentado, que señala los cambios que, según el autor de Vigilar y castigar, se dieron en la consideración del quehacer filosófico, alejándose por su parte de la búsqueda de alguna forma de esencia que es lo que preocupaba, como herencia de tiempos pretéritos, a no pocos filósofos de su tiempo, para centrarse en su materialidad y las diferencias con respecto a otros discursos, hurgando en el archivo general de la cultura. Una re-lectura de la filosofía en su historia y en su objeto.

La lectura de esta obra inédita, que sirve de puente entre Las palabras y las cosas (1966) y La arqueología del saber (1969), puede incluirse entre las obras mayores del poliédrico pensador de Poitier. Habrá que dar las gracias a su compañero y albacea Daniel Defert, fallecido recientemente, y a su antiguo asistente, François Ewald, al no respetar en cierta medida, la voluntad del singular filósofo de que tras su muerte no se publicasen textos suyos…aunque la justificación para ello es potente: solamente publicarían aquellos textos que sirviesen para aclarar conceptos de su obra. Es el caso como lo fue en el caso de los cuatro volúmenes de Dits et Écrits, compuesto por entrevistas, artículos, y otros materiales publicados en vida del autor, bastantes de ellos inencontrables, que constituyen una auténtica biografía intelectual; sin obviar los quince Cursos en el Collège de France y otras universidades.

N.B.: Acostumbrado a leer acompañado de mi lápiz Jano, he de reconocer que la acumulación de vías, cruces, desviaciones, vaivenes e ideas que se dan en el texto, hace difícil subrayar o destacar algo pues se corre el riesgo de acabar subrayando todo…al menos a servidor le ha pasado, Recuerdo aquella anécdota que se contaba de Vladimir Illich Ulianov, Lenin, que arrancaba de los libros las paginas, en las que hallaba ideas, que le resultaban de mayor interés…siguiendo este método, de rompe y rasga, este volumen se quedarían sin páginas. Vamos que no hay líneas de relleno.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

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