Los últimos días de Virginia González, la primera dirigente obrera del Estado español

¡Qué poco conocida y valorada ha sido y es Virginia González Polo (Valladolid, abril de 1873- Madrid, agosto de 1923) en la historia del Partido Socialista y del Partido Comunista de España!

Hace un siglo, en numerosos domicilios de militantes y simpatizantes y en sedes de partidos y sociedades obreras se colocaron en lugar preferente retratos de Virginia González, ¿en cuántos se encuentran hoy? Sin duda en ninguno. La que fuera la primera dirigente obrera, socialista y comunista, de indiscutible renombre del Estado español ha permanecido invisible en la gran mayoría de los casos. Que el PSOE no quiera reivindicarla como se merece puede entenderse en parte por haber abandonado sus filas, pero, ¿y los comunistas? No existe justificación alguna a semejante amnesia colectiva.

En junio de 1918 se comenzó a vender a través de El Socialista una segunda edición de una lámina con los retratos del Comité de la huelga revolucionaria de agosto de 1917, a los que se le añadían ahora los de Pablo Iglesias y Virginia González. En la primera edición no se encontraba ella porque sus compañeros Saborit, Largo Caballero, Besteiro y Anguiano habían declarado en el Consejo de Guerra, para protegerla, que Virginia, detenida con ellos la misma noche del 14 de agosto, solo estaba en la casa de la céntrica calle del Desengaño porque «les preparaba la comida». Una vez absuelta y puesta en libertad, y cuando los miembros del Comité de Huelga habían salido del Penal de Cartagena tras las elecciones de febrero de 1918 por haber resultado elegidos diputados por Madrid, ya no se ocultó el importante papel que jugó Virginia en los planes revolucionarios y por eso se añadió a la lámina. Durante muchos meses después se estuvo publicitando la venta de dichos retratos en el periódico socialista.

Por su parte, en la prensa del Partido Comunista de España, La Antorcha, tras la muerte de Virginia el 15 de agosto de 1923, comenzó a hacerse publicidad de la venta del retrato de Virginia González, «como recuerdo de la valiente y malograda luchadora», a través de la Biblioteca Internacional del Partido. Durante varios años la noticia de la venta de su retrato se publicó ininterrumpidamente en el apartado de la «Biblioteca Internacional» del semanario comunista, y pocos militantes y simpatizantes dejarían de comprarlo por la gran simpatía que sentían desde hacía años por Virginia; simpatía que se materializó en las masivas suscripciones que se recibieron cuando se quiso erigir en el cementerio de Madrid un mausoleo en su memoria, con ocasión del primer aniversario de su fallecimiento.

UN POCO DE HISTORIA

La dilatada e intensa militancia de Virginia González Polo, durante más de veinte años, en el Partido Socialista, en la Unión General de Trabajadores y en el Partido Comunista la convierten en una figura histórica única e imprescindible. Irrepetible, se puede decir. Aunque se sale del motivo de este artículo, se hace necesario escribir unas pinceladas históricas de esta extraordinaria mujer.

Virginia nació en Valladolid en el seno de una familia muy humilde de trabajadores; su padre era tornero y su madre tejedora. Debido a la enorme estrechez de la familia numerosa de 22 hijos, Virginia no tuvo más remedio que ponerse a trabajar desde muy pequeña, sin apenas ir a la escuela. Y desde los 9 años se convirtió en guarnecedora (ribeteadora) de zapatos, trabajando en diversas fábricas y talleres de calzado. A los 18 años de casó con otro joven zapatero, Lorenzo Rodríguez, que sí tenía inquietudes sociales, «de ideas avanzadas» recordaba ella y con cierta instrucción, y se convirtió en su «maestro particular». El matrimonio se trasladó a La Coruña donde en 1893 nacería su único hijo, César, y allí comenzó la concienciación de Virginia en ambientes sindicalistas y libertarios que frecuentaba Lorenzo. Sin embargo, su vida cambiará radicalmente cuando la familia se traslade a Bilbao en 1899. Allí el matrimonio se afilió al PSOE y a la Sociedad de Obreros Zapateros (UGT) de Bilbao, donde Lorenzo llegó a ocupar algunos cargos en la Directiva.

Hasta mayo de 1904 no va a aparecer el nombre de Virginia en la prensa obrera. Con ocasión del 1º de mayo de ese año, la Federación de Agrupaciones Socialistas, la Federación local de Sociedad obreras y las Juventudes Socialistas de Bilbao organizaron un Concurso Literario cuyos trabajos premiados se publicarían en el semanario La Lucha de Clases (Bilbao). Pues bien, en dicho concurso participó el matrimonio y ambos fueron reconocidos por el jurado y sus trabajos premiados y recomendados. Los escritos de Virginia pertenecían a dos secciones distintas del Concurso y tenían por título: «Deber de todo obrero es educar a la mujer» y «Abajo las Fronteras», quedando patente sus facetas de interés más importantes a lo largo de su vida: la defensa de los derechos de las obreras, la imprescindible necesidad de educación de la mujer para ser protagonista de su emancipación, señalando al obrero como el responsable de que sus agobiadas compañeras abandonaran el rutinarismo de la vida doméstica y se asociaran, y el antimilitarismo.

Desde ese momento, Virginia va a publicar diversos artículos en La Lucha de Clases dirigidos a las obreras y a comenzar una larga trayectoria como oradora en mítines y actos de propaganda. La historia la recordará como la fundadora y primera presidenta del primer grupo organizado de mujeres socialistas del estado español. Después de una primera reunión celebrada en el Centro Obrero de Bilbao el 12 de julio de 1904 donde ya manifestaron deseos de afiliarse unas 150 mujeres asistentes a una «Conferencia feminista» que impartía Virginia, se constituyó el Grupo Femenino Socialista de Bilbao, al que en muchas ocasiones se le llamaba «feminista», incluso por parte de algunas de sus integrantes. Dicha reunión fue tan apoteósica que el local estaba abarrotado, tanto, que la plazuela de los Tres Pilares de Bilbao se llenó de mujeres que no pudieron entrar y que se conformaron con oír los aplausos y gritos de entusiasmo que salían de las ventanas del local. La constitución formal con la elección de la Junta Directiva -con Virginia como presidenta- y la aprobación del Reglamento del Grupo fue el 16 de agosto de 1904.

Su pronta y significativa implicación en la lucha sindical la llevará a asistir al VIII Congreso de la UGT de mayo de 1905, siendo la única mujer presente y en calidad de delegada de la Sociedad de Constructores de Calzado de Bilbao. También en esta labor fue toda una pionera.

Tras su paso por la emigración de Buenos Aires, y posteriormente por las ciudades de Vigo, Palencia, León, siempre perseguido el matrimonio y despedido por su activa militancia sindical y política, y el destierro de unos meses en Francia por su participación en una huelga en León, el establecimiento definitivo en Madrid en diciembre de 1910 convertirá a Virginia en una líder socialista de gran prestigio, no solo en la Agrupación Femenina Socialista de Madrid de la que fue su presidenta varios años, sino también de la UGT -pues seguía trabajando de obrera zapatera- y del PSOE.

Virginia González Polo también pasará a la historia por ser la primera mujer en formar parte del Comité Nacional del PSOE. Fue en el X Congreso Nacional de PSOE celebrado en Madrid el 2 de noviembre de 1915, donde acudió Virginia como delegada del Grupo Femenino Socialista de Madrid. En el Comité Nacional presidido por Pablo Iglesias – y siendo vicepresidente Julián Besteiro y Secretario Daniel Anguiano-, Virginia fue elegida Vocal de dicho Comité, junto a otros vocales conocidos como Largo Caballero. Y también ha pasado a la historia por ser la primera mujer que formó parte de la Dirección Nacional de la Unión General de Trabajadores. En mayo de 1916 Virginia acudió al XII Congreso de la UGT en representación de los obreros zapateros de Madrid, donde tuvo una importante participación con varias intervenciones y proposiciones, algunas de ellas en defensa de la mujer obrera, y en la votación del Comité Nacional para el que resultó designado como Presidente Pablo Iglesias, Vicepresidente Largo Caballero y secretario Vicente Barrio, Virginia González se convirtió en segunda vocal del mismo por el número de votos conseguidos. Su popularidad era imparable.

Conocido lo anterior, y después de saber que fue una de los propagandistas de la idea socialista más conocida, querida y solicitada por las Agrupaciones Socialistas y los Grupos femeninos, participando en interminables giras de propaganda por numerosos pueblos y ciudades, no puede sorprendernos que Virginia participara por derecho propio en el Comité secreto de la Huelga revolucionaria de agosto de 1917 junto a Besteiro, Largo Caballero, Saborit y Anguiano, y que fuera detenida en Madrid junto a todos ellos la noche del día 14, dos días después de comenzada la huelga. Virginia se negó a hacer ninguna declaración a la policía e ingresó en la Cárcel de Mujeres de Madrid de donde salió en libertad condicional el 26 de septiembre; durante la instrucción y en el Consejo de Guerra sus compañeros la protegieron haciéndola pasar por una mujer que les preparaba la comida y por ello fue posteriormente absuelta en la sentencia del 29 de septiembre, aunque no se hizo pública el 4 de octubre.

Por último, y no menos importante, Virginia pasará a la historia por ser la única mujer que lideró la corriente socialista de adhesión a la revolución bolchevique rusa de noviembre de 1917 y a la III Internacional, situándose entre los primeros firmantes de toda clase de comunicados en ese sentido, en el «Grupo Nuestra Palabra, en el «Grupo la Tercera Internacional», en todo tipo de mítines por los aniversarios de la revolución de los Soviets, en honor de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, y un largo etcétera. Como líder de este grupo de «terceristas», abandonó el PSOE en abril de 1921 y fue cofundadora y miembro de la Comisión Organizadora del Partido Comunista Obrero Español, y más tarde, en noviembre de 1921, tras la fusión con el Partido Comunista Español, se convirtió en la primera mujer que formó parte del Comité Central del nuevo Partido Comunista de España, responsable de la Secretaría femenina. Como ha podido verse, y eso que ha quedado mucho en el tintero, el currículum militante de esta «zapatera prodigiosa» es impresionante, único, y fue la que sin duda abrió las puertas a la militancia obrera por el socialismo y el comunismo a otras numerosas mujeres en esas primeras décadas del siglo XX. Ese mérito histórico no se lo puede quitar nadie, a pesar de haber quedado su figura en una penumbra vergonzosa.

VIRGINIA GONZÁLEZ EN LOS GRAVES SUCESOS DEL XV CONGRESO DE LA UGT

A pesar de la traumática escisión que había tenido lugar en el PSOE, los comunistas seguían militando en la UGT, aunque esto no sería así por mucho tiempo. En noviembre de 1922 se iba a celebrar el XV Congreso de la UGT. Por eso en El Socialista del 18 de noviembre se publicaba el resultado de las votaciones para elegir delegados a dicho Congreso en distintas sociedades obreras, y en la de «Obreras y Obreros del Calzado» la candidatura comunista encabezada por Virginia González quedó en franca minoría frente a la Candidatura Socialista, por lo que los tres delegados asistentes en representación de los zapateros madrileños fueron socialistas.

A pesar de esto, Virginia acudió como espectadora al Congreso y el día 21 se la vio en el segundo piso del salón-teatro de la Casa del Pueblo donde se celebraban las sesiones. Precisamente allí surgió una reyerta y se escucharon varios disparos. Cayó muerto un militante socialista, el albañil malagueño González Portillo, y otros tres heridos leves. El PSOE culpabilizó a los comunistas del asesinato de Portillo, orquestando una enorme campaña de calumnias. El PCE, por su parte, acusó a la «guardia blanca» de Largo Caballero de haber provocado el enfrentamiento. Según La Antorcha (PCE), los comunistas presentes solo lanzaron octavillas y profirieron gritos contra dos líderes «amarillos» de la Internacional Sindical de Ámsterdam durante su intervención. El caso es que detuvieron a varios delegados comunistas, presentes en el segundo piso del teatro, y aún más, al día siguiente todos los delegados comunistas fueron expulsados del Congreso y de la UGT.

En La Antorcha del 24 de noviembre se informaba de los comunistas encarcelados y detenidos a raíz de las acusaciones socialistas. Entre los que fueron detenidos y puestos después en libertad estaba Virginia González, además de los dirigentes Núñez Arenas, Fernández Mula y Joaquín Ramos. Según la acusación de algún testigo, fue una «voz femenina» del piso 2º la que comenzó los insultos y fue ella, ¡precisamente Virginia!, la que hizo unas señales convenidas para que comenzaran a disparar. Las burdas inconsistencias de los testigos en su comparecencia ante el juez originaron que éste la pusiera en libertad, pero el daño ya estaba hecho. La Antorcha denunciaba que contra ella, en aquellos momentos, «se lanzaron los más groseros y desvergonzados insultos» por parte del auditorio socialista, y que las «mujeres socialistas eran las que más se distinguían en esta obra». ¡Sus antiguas compañeras de la Agrupación femenina socialista! Para el PCE, «de todos los actos de rebajamiento moral que ha realizado en estos días el Partido Socialista, ninguno tan vil y tan miserable como el haber delatado a la policía el nombre de Virginia González», y llamaban a todos los «trabajadores honrados, de las ideas que sean», a que protestaran indignados y expresaran a «nuestra compañera, a nuestra amiga, su respeto y cariño».

A los pocos días, en La Antorcha del 8 de diciembre, la propia Virginia va a publicar, «con el alma dolorida por los sucesos ocurridos, pero sereno el espíritu por llevar en él profundamente arraigadas ideas muy queridas», un artículo titulado «Sobre el Congreso de la UGT». Comenzaba afirmando que desde que entró en la organización obrera había acariciado la ilusión de la unificación de todas las fuerzas proletarias, al menos para fines concretos e inmediatos. Reconocía que había ido al Congreso a escuchar los debates, pero que cuando iba a discutirse el punto de la huelga de diciembre pasado y el desastre de Annual, donde la minoría comunista tenía mucho que decir, fueron «expulsados violentamente» todos los oyentes y muchos delegados; solo quedó en el Congreso la representación comunista de los camareros, pero se tuvo que marchar también porque «le hicieron la atmósfera irrespirable». Virginia no entraba en el asunto de la refriega y los disparos, sino que le echaba en cara a los dirigentes socialistas y ugetistas su cobarde comportamiento en las dos cuestiones arriba apuntadas, y terminaba diciendo que «había que anotar en el haber de los hombres de la UGT, de los “caudillos” de la huelga del 17, el aplauso general de ABC y de la prensa de su calaña. Los elementos de la Unión y del Partido Socialista son unos buenos chicos; ¡así nos luce el pelo a los obreros españoles!».

En vista de la «repugnante vileza cometida» con Virginia González, que tanta indignación había producido en «numerosos núcleos de la clase trabajadora, comunistas y no comunistas», el PCE anunciaba que sus compañeros zapateros («no olvidar que Virginia ha trabajado toda su vida y sigue trabajando para vivir», no como otros) habían decidió organizar un acto de desagravio para quien era uno de los más altos y puros ejemplos de persona que lucha por un ideal».

De todas partes de España y de Francia llegaron muestras de solidaridad con Virginia González, e incluso la Ejecutiva de la Internacional Comunista mandaba un breve mensaje en desagravio de Virginia, expresando «toda la solidaridad y los más cordiales saludos», que se publicó en La Antorcha del 5 de enero. Lo firmaban, entre otros, Zinoviev, Clara Zetkin, Trotski, y Marchlewski.

Este acto organizado por el Grupo Comunista de zapateros de Madrid tuvo lugar finalmente la mañana del domingo 7 de enero de 1923 en el salón del Café Royalty de la plaza de Nicolás Salmerón (actualmente Plaza de Cascorro). «Concurrieron comunistas y simpatizantes, obreros sin partido, y un grupo de simpáticas obreras encariñadas con nuestros ideales». Las primeras palabras que pronunció Virginia después del «modesto desayuno» servido fueron para pedir que las flores que habían llevado «las mujeres comunistas se enviasen a los compañeros presos que aún sufren los efectos de la delación de los socialistas».

Sé que este acto, más que homenajearme a mí, que no necesito estímulos externos, es de confraternidad comunista, necesaria siempre, y a los cuales deberíais traer siempre a vuestras compañeras para que vayan sintiendo emociones más puras que las pequeñas alegrías de la vida del hogar a que las mujeres están relegadas. (…)

Ante el hecho ruso, hecho culminante en la historia del proletariado, yo nunca vacilé. En su defensa veo perfectamente enlazada la actuación socialista romántica y la actuación comunista actual.

Pequeño y perseguido, con más amarguras que goces, nuestro Partido es, sin embargo, una falange de personas en quienes predomina el propósito firme de acelerar la transformación social.

También intervinieron brevemente los dirigentes García Quejido y Ramón Lamoneda. Éste último terminó de esta forma: «…se ensañaron en Virginia los llamados socialistas, porque es un triunfo y un orgullo de nuestro Partido tenerla en sus filas, al frente del Secretariado femenino del Comité Central, como garantía de que ganaremos a la mujer española para la causa comunista».

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE VIRGINIA Y ROSARIO DE ACUÑA

En los últimos meses de vida, a pesar de su precaria salud, Virginia no cesó de aportar lo que podía a la vida partidista. Así, intervino en un mitin «Por la Amnistía» que el PCE organizó el 4 de febrero de 1923 en el Salón Luminoso (Cuatro Caminos), junto a ponentes como Juan Andrade, Isidoro Acevedo o Ramón Lamoneda.

Comenzó lamentándose de la pereza mental del pueblo español, el cual ha visto impasible los crímenes realizados en contra de la clase trabajadora, y se permite que las compañeras de los obreros presos y sus hijos pasen hambre.

Se dice por algunos que Virginia ha cambiado, y no es cierto. Yo no he cambiado. Los que han cambiado son los que creen que con leyes sociales, que luego no se cumplen, está resuelto el problema de la actuación de los sindicatos. Yo, desde que entré en el Partido Socialista he pensado igual, y cuando comprendí que los que ahora han dejado todo su bagaje socialista en organismos burgueses, no modificarían su criterio, les abandoné e ingresé en el Partido Comunista, que es el que hoy está en la vanguardia del proletariado…

El 5 de mayo de 1923 fallecía en Gijón la librepensadora y simpatizante socialista Rosario de Acuña. En el ejemplar del 18 de mayo de La Antorcha publicaban una fotografía suya, su poema «La marea» y un artículo de Virginia González1. Virginia recordaba las dos veces que la había visto cuando Rosario, ya muy anciana, con 70 años, fue en junio de 1919 a Turón y después a Gijón a escuchar a Virginia en dos de sus mítines de la gira de propaganda por Asturias.

Virginia había leído con avidez los artículos de Rosario de Acuña que publicaba en periódicos obreros, y tenía muchas ganas de conocer a esta «mujer excepcional». Por eso, lo que sucedió en aquel viaje lo recordaría toda su vida. Virginia había llegado a Turón después de un fatigoso viaje y cuando estaba descansando en su alojamiento, una compañera le anunció que tenía una visita:

¿Quién es? –pregunto un poco descontenta, porque aún no había conciliado el sueño–. «Doña Rosario de Acuña, que quiere conocerla». Salto del lecho y, a medio vestir, me presenté a ella y nos abrazamos como si nos conociéramos de siempre.

La viejecita admirable me contaba riendo las fatigas que había pasado para llegar hasta allí. No encontrando en Mieres coche que la llevara a Turón a aquella hora y obedeciendo a su deseo, con aquella voluntad de acero, se fue andando unos cuantos kilómetros por un camino muerto, donde a trechos se hacía difícil la respiración, debido a los gases que se desprenden de los grandes montones de carbón extraídos del río…

Al primer acto de Turón en la Casa del Pueblo, acudió Rosario de Acuña y subió al escenario a abrazar a Virginia González y este gesto hizo que las numerosas mujeres presentes «se desbordaran en entusiasmo». Al día siguiente Virginia intervino en la plaza del pueblo antes de una gira campestre, y allí, además de otros oradores de la comarca, Rosario de Acuña leyó unas «magníficas cuartillas doctrinales».

Después de dar dos charlas en Avilés, Virginia marchó a Gijón llamada por las mujeres socialistas de la localidad, y allí dio otro mitin en una sala abarrotada de mujeres, y las que que no cabían se arremolinaban fuera de la puerta intentando escuchar alguna frase de la conferenciante. Y sigue recordando Virginia en su artículo:

¡Qué ajena estaba yo a que entre aquellas compañeras se encontraba ella! Al terminar de hablar se abrió paso entre la multitud con un ramo de rosas blancas y hermosísimas en la mano. «Toma –me dijo llena de entusiasmo– este ramo para ti. Son todas blancas como tu alma». Lloramos silenciosas y el público, ante aquella escena tan sencilla, aplaudía y pedía que hablara ella. Pero la gran escritora, que nunca se había dirigido al público más que por medio de su pluma para decir verdades que asustaban a los pobres de espíritu, delegó en mí y salí del paso como pude…

Virginia permaneció en Gijón varios días más, y varias tardes, «unas veces sola y otras en compañía de algunos camaradas», iba a su casa a conversar con Rosario:

¡Tardes inolvidables en las que, cogidas del brazo, marchábamos por aquellos acantilados hablando de tantas cosas interesantes! Hablando del problema social, como una iluminada, profetizaba el gran cataclismo que pondría fin al régimen capitalista.

El afecto y admiración que Virginia sentía por Rosario de Acuña, y que era mutuo, se deja traslucir en estas frases que escribía después:

¡Mujer fuerte y valerosa! A los setenta años, ella, criada con todo regalo, hija de una familia burguesa, fregaba el suelo y lavaba la ropa. La gran escritora ha muerto pobrísima; ha sido perseguida y ultrajada por la prensa burguesa, por decir grandes verdades; ha sufrido grandes amarguras. Tu recuerdo no quedará en los corazones egoístas, pero vivirá en el alma de los que te conocieron y te trataron… ¡Descansa en paz mujer admirable!

Virginia terminaba sus recuerdos con una frase en la que se adivinaba que a ella también le quedaban pocas semanas de vida:

El cataclismo social que predecías se está realizando, y el mundo cambiará de estructura, haciendo a los hombres más buenos, más inteligentes, más libres. Una pena que ni tú ni yo podamos asistir al alumbramiento de la nueva vida.

Esta grata amistad y admiración mutua había quedado patente el 1º de mayo de 1920. En el n.º extraordinario de El Socialista de ese día, Rosario de Acuña publicaba una columna titulada «A Virginia González». Allí recordaba Rosario su primer encuentro en Turón y encadenaba palabras hermosas sobre Virginia: «brava y sencilla mujer», «hilo conductor de la feminidad socialista», «corazón de proletaria e inteligencia sutil», mujer de «verbo suave y enérgico, sencillo siempre», propio de su «misión apostólica», y que era «digna del respeto y el afecto de todas las almas íntegras»; Rosario terminaba de esta manera:

Hoy, 1º de mayo de 1920, quiero rendir a esta mujer, verdaderamente ilustre, un tierno homenaje de admiración, y expresarle mi deseo de que ella y otras “muchas” como ella, en todos los extremos del proletariado español, comiencen a hacerse cargo de la importancia capital de que la mujer española, en la única clase posible de emancipaciones, que es la trabajadora, salga de la simplicidad de la vida doméstica y se una a sus hombres para acortar el plazo del gran día de la revolución social en España.

Virginia, siempre que su salud se lo permitía, seguía participando en actos organizados por el Partido. El 15 de junio de 1923 se celebró en el Teatro Barbieri de Madrid un mitin del PCE contra la guerra de Marruecos, el terrorismo y por la amnistía de los presos sociales. Presidió Fernández Mula e intervinieron, además de Virginia, los máximos dirigentes del momento: Lamoneda, Evaristo Gil, Torralva Beci y José Rojas. Todos abogaron por formar un bloque obrero, un frente único, como única forma para conseguir estos objetivos.

El 8 de julio de 1923 se abrían en Madrid las sesiones del II Congreso del PCE. Virginia ya no pudo asistir por estar de nuevo gravemente enferma. De hecho, ya no formó parte del Comité Central elegido en el mismo y cuyo cargo de Secretario General recayó en su hijo César R. González. Fue María Mayorga la que recogía sus testigo y se convertía en la Secretaria Femenina del Comité Central del PCE.

Esta vez la pulmonía acabó con su vida, que se apagó el 15 de agosto de 1923 en su casa de la calle Bailén de Madrid. Tenía tan solo 50 años de edad2. Las reseñas de su fallecimiento en la prensa madrileña y de provincias fueron numerosas, y en todas se destacaba que había sido una de las grandes figuras del socialismo español de los últimos veinte años, «una de las figuras más destacadas y más enaltecedoras del movimiento obrero español».

Su féretro, envuelto en la bandera del Partido Comunista de España, fue conducido a hombros de sus camaradas desde la casa mortuoria hasta la plaza de Manuel Becerra donde se depositó en un coche fúnebre que la llevó el cementerio civil de Madrid. En el coche fúnebre iban tres coronas de flores: del Comité Central del Partido Comunista de España, de la Agrupación Comunista de Madrid, y de la Federación de Juventudes Comunistas. En el cementerio, ante un numeroso público de ideas comunistas, socialistas y sin partido, pues era extraordinariamente querida, pronunciaron sendos discursos Daniel Anguiano y Ramón Lamoneda, el entonces Secretario sindical del PCE.

NOTA: Un escrito más extenso y con imágenes muy poco o nada conocidas puede descargarse en el siguiente blog del mismo autor:https://virginiagonzalezprimeradirigente.blogspot.com/2023/06/virginia-gonzalez-polo-1873-1923-la.html

NOTAS AL PIE:

Fuente