Arte Milán: Bill Viola y la pintura del tiempo

Lo más cerca que había estado el público milanés de una experiencia directa con el arte de Bill Viola, fue en 2017, cuando en los exquisitos espacios de Villa Panza, en la vecina Varese, se presentó una muestra del maestro norteamericano. En esa oportunidad, el artista manifestó su satisfacción de exponer en una ciudad que tenía el mismo nombre de un músico que siempre había admirado, en referencia al gran compositor Edgar Varese; nacido, sin embargo, en París. Ahora, seis años después de aquella ocasión memorable, el Palazzo Reale de Milán hospeda una extraordinaria retrospectiva con quince videos icónicos de Viola, desde el casi íntimo “El cuarto de Catherine” (2001), hasta el épico “Mujeres de fuego” (2005) o el patético “Emergencia” (2002). La esposa del maestro, Kira Perov, estuvo a cargo de la curaduría, así como del precioso catálogo, publicado por Skira. Esta vez, Viola expresó el regocijo de haber podido exponer sus trabajos en los amplios salones neo-clásicos del Palazzo Reale, cuyas dimensiones parecen las más adecuadas para el tamaño de sus videos e instalaciones. En la primera de las salas, los organizadores de la muestra introducen al visitante a uno de los grandes temas del trabajo de Viola. En efecto, el tiempo es el elemento constante de toda su iconografía; el tiempo antes y después del nacimiento, antes y después de la muerte. Kira Perov acude a Lao-Tse para expresar esta obsesión con el tiempo por parte del artista: “La vida comienza antes del nacimiento y termina antes de la muerte”. La sensación de un tiempo suspendido, que pasa sin pasar, es lo que se siente frente a The Quintet of the Silent de 2002, un video en el cual aparecen cinco hombres de mediana edad, los cuales no parecen tener nada que ver el uno con el otro. Están allí, de la cintura hacia arriba, sin comunicarse, y uno sospecha que sin conocerse. No se mueven, o al menos es lo que parece. Hasta que, para sorpresa del espectador, uno de ellos hace un movimiento casi imperceptible, y entonces es cuando entendemos que no es una foto fija o algo por el estilo, sino un video, programado a la más lenta velocidad posible. En una entrevista reciente, Viola se refiere a esta inquietante percepción del  tiempo: “Desacelero la imagen filmada por muchas razones. Expandir el tiempo nos pone en un estado distinto: amplifica las emociones; nos hace entrar en un reino que no es el mundo de todos los días; aumenta la conciencia y la comprensión de lo que estamos percibiendo; revela momentos escondidos a simple vista; favorece una observación más atenta y estimula una profunda auto-reflexión”. Es el tiempo, más que el asunto, lo que conmueve en “Emergence” (Aparición). En esta obra, cargada de sentimiento religioso, el cuerpo muerto y blanco de un hombre joven, sale de su sepultura en una clara alusión a Cristo, de acuerdo a las representaciones del Renacimiento. Afuera, lo esperan dos mujeres, María y Magdalena, que se apoderan del cuerpo exánime y lo ponen en el suelo fuera de la sepultura. La imagen es estremecedora. Conmovería incluso al más escéptico. Sin embargo, a pesar de la tragicidad del episodio, es el tiempo el que concede a la acción su capacidad empática.  El tiempo que transcurre, es el justo para revelarnos la dimensión del episodio, exenta de narcisismo o “babosa emoción”. Un doloroso adagio que canta la dimensión humana de este Dionisio de Galilea.

«El diluvio», por Bill VIola. Fotografía de Tiziana FABI | AFP

Viola, en el fondo, es un formalista. Como lo fueron los padres de la modernidad. El cubismo, el primer gran movimiento del arte moderno, no es más que una forma distinta de representar una pipa y la página de un periódico. Y, un caballo al galope, fue el pretexto para que Kandinsky, Klee y Marc, fundaran una de las más bellas poéticas del siglo pasado. El asunto era secundario en ambos casos, lo que importaba era la forma. Esta ambigüedad de Viola, de ser post-moderno y tradicional, es uno de los atributos más inquietantes de su arte. Llegado a un momento de la evolución de su trabajo, se dio cuenta de que no era sensato romper con la tradición, lo justo y necesario  era hacerla nueva, no hacerla de nuevo. Una continuidad que sentimos en no pocos de sus videos. Si Boticelli viviera entre nosotros, se hubiese servido de la técnica de Viola para El nacimiento de Venus. A cámara lentísima, habría hecho emerger a la hija de Zeus de aquellas cresposas aguas. Y, con la misma inmovilidad en movimiento, habría desplegado los dorados rizos de su Primavera. Y la referencia a Boticelli y a Perugino es inevitable, por todo el lirismo y musicalidad, cuando nos detenemos en una hermosa obra de 1996, El saludo. Aun cuando, como se sabe, su modelo fue el no menos inquietante y musical Pontormo. Como es natural, son muchas las cosas que se han dicho de Viola. Tal vez no estaba tan equivocado el que lo llamó “el último pintor del Renacimiento. El norteamericano es un artista de muchas lecturas y culturas. En su propuesta de “alargar” el tiempo más allá de la simple percepción, se encuentran afinidades electivas con los viejos maestros del Yoga, capaces de extender un movimiento, que normalmente se haría en breves segundos, hasta una improbable duración de varias decenas de minutos. Para Antonio Machado, la poesía “es palabra en el tiempo”; tal vez no sea una imprudencia sugerir que para Viola el arte es imagen en el tiempo. La muestra del Palazzo Reale es una rara oportunidad para admirar  la evolución de la iconografía de Viola. No solo se trata de un grupo significativo de sus mejores obras, sino que, como reconociera el mismo artista, porque los espacios del Palazzo Reale de Milán se ajustan de manera admirable a las dimensiones de sus proyectos. E incluso, uno de los elementos característicos de su iconografía, como la experiencia religiosa, en estos salones se acomoda sin los condicionamientos propios de una arquitectura eclsiástica. La misma adecuación encuentran las grandes imágenes operáticas, como la “Ascensión de Tristán”, donde el agua “invertida”, de abajo para arriba, empuja al héroe hacia la transfiguración que alcanza en las alturas épica de algunos de los espacios del Palazzo. Al final, al salir a la calle, y al  fugit irreparabile tempus, sentimos que hemos dejado atrás una experiencia con el tiempo más cerca de lo onírico que de la irremediable existencia cotidiana.

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