El grupo Wagner sólo detiene su marcha sobre Moscú tras un pacto que desvela la extrema debilidad de Putin

Si había un factor que sostenía la elevada popularidad que Vladimir Putin mantenía en las encuestas –alrededor del 80% de aprobación hace unos meses, por mucho que en un régimen como el suyo haya que tomar con mucha precaución esas encuestas– es su perfil de hombre fuerte, de gran autoridad que controla el país hasta el último metro y es capaz de imponer el orden.
Y ese fue el papel que el propio Putin asumió este sábado al comparecer en un discurso público en las primeras horas de la peculiar asonada que ha protagonizado el propietario del grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin. Una intervención en la que no había espacio para la conciliación:
“Nuestras acciones para proteger la patria de esta amenaza serán firmes. Todos los que conscientemente tomaron el camino de la traición, los que prepararon la rebelión armada y tomó el camino del chantaje y los métodos terroristas, recibirán un castigo ineludible, responderán ante la ley y ante el pueblo”.
En lugar de eso el resultado del golpe, la asonada o como queramos llamar a lo que protagonizaron los mercenarios de Wagner ha sido muy distinto y no habrá “castigo ineludible” para nadie: desde el mismo Kremlin se ha anunciado que el propio Yevgueni Prigozhin se irá a Bielorrusia y que no se perseguirá a ninguno de los mercenarios de Wagner, muchos de los cuales son expresidiarios reclutados en las cárceles rusas con la promesa de la libertad a cambio de combatir en Ucrania.
El pacto, del que no se conocen los detalles, ha sido posible por la mediación del presidente bielorruso, Alexandr Lukashneko –de la que él mismo ha presumido–, y ha supuesto la implicación directa y personal del propio Putin, que ha “cerrado el caso penal que se había abierto contra” Prigozhin e incluso ha empeñado su palabra como garantía: “Si me preguntan cuál es la garantía de que Prigozhin podrá marcharse a Bielorrusia, esa es la palabra del presidente“, aseguró el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, en una comparecencia este sábado.
La extrema debilidad Putin
Ese acuerdo personal en el que el presidente de Rusia ha negociado con un señor de la guerra que en realidad sólo tiene 25.000 hombres a su mando es una de las claves de la extrema sensación de debilidad que ha transmitido Putin en esta crisis, pasando en unas horas de prometer castigos ejemplares a dar su palabra a un traidor, tal y como él mismo definió al líder de Wagner.
Pero hay otro aspecto que quizá todavía es más llamativo y más revelador: la columna de mercenarios de Wagner se ha frenado por voluntad propia a 200 kilómetros de Moscú sin que en ningún momento haya parecido que el ejército ruso tenía capacidad para frenar este avance.
En el camino, y pese a la confusión informativa que reinó durante todo el sábado, queda una cosa clara: con unos pocos soldados y casi sin pegar un tiro Prigozhin se hizo con el control militar de Rostov del Don, una ciudad de más de un millón de habitantes, la décima más poblada del país.
También parece, aunque esto no está del todo claro, que hubo un enfrentamiento entre una de las columnas del grupo Wagner y algunos helicópteros del ejército, con el resultado de tres de estos aparatos derribados.
En cualquier caso, el asunto ha sido poco menos que un nuevo ridículo de un ejército ruso ya muy cuestionado tras el fracaso general que ha supuesto la invasión de Ucrania, una guerra en la que, precisamente, los miembros del grupo Wagner han sido de los pocos que han mantenido un cierto nivel de desempeño y han logrado –aunque haya sido a un coste brutal y de forma más bien pírrica– la única victoria de Rusia en más de un año: la toma de Bajmut o, mejor dicho, de las ruinas de Bajmut.
¿Estaba sólo Prigozhin?
La otra duda que queda por desvelarse es si Prigozhin ha actuado completamente en solitario, que parece ser la imagen que ha querido dar, o si lo hacía en sintonía con alguna de la familias político–económicas que pueblan el Kremlin que pretendiese, precisamente, debilitar a Putin. Algo que quizá lo más probable es que nunca llegue a saberse pero que, de ser parte de un plan más complejo, se diría que ha sido todo un éxito.
La crisis ha tenido una resolución muy rápida y es pronto decir hasta qué punto ha dañado el prestigio de Putin y, sobre todo, ha debilitado su posición política, que hasta hace poco parecía absolutamente inamovible, y un poder que se habría dicho absoluto, pero que a partir de ahora sabemos que pende del capricho de cualquier general o incluso de un señor de la guerra.
Fuente: Libertad Digital