Internacionales

Bolivia. El Estado aparente

Por Camilo Katari

Las Redes Sociales (RRSS) se han convertido en un campo de batalla privilegiado de la guerra entre “renovadores” y “radicales”, repitiendo la vieja contienda entre “auténticos” e “históricos” en el seno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Esta disputa, muy pequeña en el escenario global de las disputas geopolíticas, no permiten ampliar el horizonte del análisis, por ejemplo: la peligrosa estrategia para enterrar definitivamente al “Estado Plurinacional”.

Los pueblos originarios al crear el Instrumento Político, tenían el objetivo muy definido: Terminar con el Estado Colonial. Este objetivo tuvo la virtud de concretarse en la nueva Constitución Política del Estado, pero a la luz del tiempo transcurrido desde su promulgación, no existen señales claras y específicas de las transformaciones planteadas.

El discurso de la “inclusión” de las identidades culturales a la práctica ciudadana efectiva ha encubierto la existencia de la estructura colonial que se mantienen en el Estado. No otra cosa es el diario tormento de las burocracias existentes en las que el ciudadano debe madrugar para conseguir una “ficha” de atención en el sistema de salud, o los interminables trámites en todas las instancias estatales.

Otro aspecto es la abundancia de leyes, producto de la reacción estatal ante cualquier acontecimiento. Así se fueron amontonando leyes en todos los niveles de gobierno, ahogando a los ciudadanos y ciudadanas que continúan soportando el peso de un Estado colonial donde “las leyes existen pero no se cumplen”.

El “Estado aparente”, no es otra cosa que la existencia real, como estructura del Estado colonial, caracterizado por su concentración de poder, por los complejos de superioridad de los micropoderes sociales, administrativos y económicos.

La pesada maquinaria del Estado colonial, perfeccionada durante dos siglos, no permite acabar con el entramado de poder, entre la iglesia, los enclaves coloniales dueños del poder económico y político, y los circunstanciales administradores del gobierno.

Este entramado ha permitido su reproducción mediante sus exclusivos centros educativos (escuelas, colegios, universidades, congregaciones, asociaciones, etc.), su dominio en el sistema bancario y su acaparamiento de la tierra y los mecanismos del gobierno han permitido el enriquecimiento y reproducción de estos enclaves coloniales, como el Banco Fassil, repitiendo prácticas anteriores y que nunca fueron sancionados.

En esto radica la reproducción del Estado colonial: en la impunidad, y si esta impunidad se tiene que cobrar vidas, se las ejecuta sin mayores problemas, para eso existen los discursos pre-elaborados como “ajuste de cuentas entre narcotraficantes, suicidio por problemas sentimentales o por la mucha presión, etc. etc.” y pasan a ser parte de las anécdotas que han naturalizado esta situación y el pueblo sólo atina a balbucear la vieja frase: “no va a quedar en nada”, frase repetida desde nuestros bisabuelos.

¿Dónde quedó la transformación del Estado? ¿Por qué el sistema judicial sigue siendo una fábrica de nuevos ricos? ¿Por qué existen ministros, Viceministros, Directores, corruptos? ¿Por qué la Policía tiene como tarea la extorsión cotidiana, implementada en su famosa pirámide?

La respuesta es sencilla: por la impunidad. Esa fue siempre la garantía practicada desde el día que Francisco Pizarro puso su pie en Cajamarca.

Ni ‘renovadores’ ni ‘radicales’ nos dan señales de cambios en la estructura socioeconómica del Estado. Durante la gestión de Evo Morales los más beneficiados fueron los dueños de bancos, los más ricos y el argumento del “ensanchamiento” de la clase media no explica el porqué se enriquece a los más ricos.

Los últimos acontecimientos, como la corrupción de un Ministro, la estafa del banco Fassil y la muerte del investigador de la estafa, describe el escenario que configura claramente la vigencia del Estado Colonial, donde el pueblo es solamente un espectador de los juegos de poder de las elites, conformadas gracias al voto popular.

En síntesis, el problema no es el gobierno, sino el Estado y nadie se atreve con este monstruo que emergió de los oscuros socavones de Potosí.

*Camilo Katari, es escritor e historiador potosino.

Fuente: Liberación

Fuente