Cultura

Historias de frontera: "Un migrante es una figura heroica"

migrantes-portada.jpg

Álvaro Hernández nació en Madrid, pero su vida no está enraizada exclusivamente en España. Hace años, durante una parada de su particular búsqueda de fortuna en Los Ángeles como guionista, residió en Tijuana, en una de las fronteras más mediáticas del planeta. Su propia condición de emigrante le hizo coincidir y congeniar con muchas otras personas que, como él, aunque por motivos completamente diferentes, intentaban labrarse un futuro lejos de su hogar. De aquel tiempo sacó muchas preguntas, alguna respuesta y un sinfín de relatos humanos. Buena materia para reflexionar. De aquello también parió un libro, Migrantes (Rialp), que sirve para suscitar preguntas en los demás. Por ejemplo, alguna de estas:

Pregunta: Usted, que las conoce, ¿qué diría que es una frontera?

Respuesta: Es una pregunta interesante, sobre todo si tomamos como ejemplo la frontera a la que me refiero en el libro, que es muy porosa, por un lado, pero por el otro es Finisterre. En la zona fronteriza entre Estados Unidos y México se aprecia la sinergia enorme que existe entre ambos países. Y, al mismo tiempo, todo lo que existe allí de prohibición, de conflicto, de contrastes absolutos. Para mí una frontera es un lugar en el que se subrayan más nítidamente las diferencias humanas. Lo curioso de las Californias, por seguir con mi ejemplo, es que a ambos lados de la frontera el terreno es igual, el clima es igual, el paisaje es igual. Y los contrastes que allí se ven, que son muchísimos, son puramente humanos. Eso es lo que a mí me dio pie a escribir tanto. Porque es una cosa muy impactante. Da mucho en qué pensar.

P: Son lugares en los que se aprecia mucho mejor la influencia que tiene el Estado sobre nuestras vidas, ¿no?

R: Eso es. Yo le saqué mucha poesía a imágenes aparentemente intrascendentes. Hablo de los pájaros, por ejemplo, que sobrevuelan la frontera, posándose en un lado, en otro, sin importarles dónde están. No se fijan que están en dos países distintos. Es un pensamiento recurrente, que surge en la cabeza de todos los que están ahí de manera simultánea. Y frustra mucho, inevitablemente. Porque para los humanos que están ahí, una frontera es un sinfín de prohibiciones, de burocracia, de costes y de trabas.

1-primos.jpg

P: ¿Qué es un migrante?

R: Un migrante es algo difícil de explicarle a alguien que no lo ha sido. Más allá de una categorización demográfica, si quieres llamarla así, yo diría que es un estado psicológico. Lo que se consuma dentro del migrante es un viaje propio, un viaje interior, más allá del viaje exterior evidente que está emprendiendo. Un migrante cambia para siempre. Para mí un migrante es un buscavidas. Es alguien que no está conforme con sus circunstancias y no se resigna. Alguien que intenta tomar el control de su vida y que trata de cambiar su porvenir. En ese sentido, es una figura realmente heroica. Los que hemos nacido en países tan cómodos como España podemos intuir esto de lo que te hablo más o menos. Pero sólo más o menos. Alguien que nace en Honduras, en El Salvador, en Haití… Son sitios que te expulsan, en algunos casos. Es muy entendible que haya gente que no se quiera conformar allí. Gente que quiera más para su familia y para sus descendientes. Un migrante es alguien que carga con esa definición tan llena de responsabilidad que es la libertad. Son gentes que pretenden cambiar su vida “por sus pistolas”, como dicen en México. A mí me despiertan admiración. Sobre todo si te detienes a escuchar sus historias. Porque muchos de ellos, más allá de buscar otra cosa, de perseguir el sueño americano, del que tanto se habla, lo que están haciendo es huir de una pesadilla. A mí me da la sensación de que lo que nos falta para entenderles a quienes hemos nacido en países como España es eso, precisamente. Aquí nos quejamos mucho de casi todo, siempre, pero al final nos resignamos. Porque podemos hacerlo.

P: No hemos experimentado el mismo nivel de desesperación que ellos.

R: Eso es. Mira, a mí me encantan los arquetipos literarios, y tiendo a reconocer, en muchas de las historias que me han contado, el viaje del héroe. Imagínatelo: tú estás en tu hogar, una fuerza externa te obliga a partir hacia tierras extrañas, a menudo repletas de peligros, de confusión, y eso conlleva una evolución interior muy fuerte. Casi todos los migrantes con los que he hablado mantienen vivo el deseo de regresar a su casa. Tienen el deseo de mejorar las cosas a su vuelta. Y de contar su aventura, también.

P: ¿Qué es el desarraigo?

R: Puf. Forma parte de ese estado psicológico que hemos comentado. Es duro. Hasta que no lo vives no te das cuenta. Alguien desarraigado es alguien que comprende, porque lo ha experimentado, que su estado nacional, su identidad, es puramente circunstancial. Se empieza por ahí. El ser español, por ejemplo, es una realidad que damos tan por sentada que sólo la percibimos cuando se va difuminando, una vez no estás en España. La distancia, el tiempo, las cosas que vas cogiendo de otros lugares, las idiosincrasias ajenas que te van limando la propia psique española… Por ahí se empieza a entender la nacionalidad como algo que vino dado, algo caído del cielo, que no te has ganado. Y es una cosa que resalta todavía más porque, como he dicho antes, el migrante es alguien que todo se lo tiene que ganar. Lo que tenía llovido del cielo se esfumó, incluso su nacionalidad. Creo que el desarraigo es la constatación de eso, precisamente. Un recordatorio más de que, a partir del momento en que te vas, absolutamente todo lo que consigas va a depender de ti. Con la dificultad añadida de que eres un extraño en un territorio igual de extraño para ti. Eres el de fuera, el que no conoce a nadie, el que no conoce el idioma, el que no se sabe expresar. Un montón de nimiedades aparentes adquieren un relieve diferente, porque contrastan muchísimo con toda la vida anterior que habías vivido. Acabas sintiendo que no eres de ninguna parte, pero a la vez de todas las partes un poco. Porque lo que ocurre, al mismo tiempo, es que no puedes regresar del todo nunca más. Te acabas dando cuenta de que el hogar que dejaste atrás se quedó congelado en tu memoria, pero no en la realidad. Ha ido evolucionando sin ti, de hecho, no te ha necesitado para hacerlo, y cuando regresas ya no es el mismo lugar.

8-la-misma-ola-en-dos-paises-2.jpg

P: Esto pone de manifiesto lo importante que es el arraigo, aunque no nos demos cuenta.

R: Es que el arraigo es bueno. Y es inevitable. La noción de comunidad, de aldea, de familia, es una característica del ser humano. Una necesidad. Hay una expresión en inglés que le leí a Chesterton y que dice que en los cantos rodantes no crece el musgo. De ahí la canción de Bob Dylan, Like a rolling stone, y los propios Rolling, etcétera. Esa idea de personas errantes. Gentes que van dando tumbos por la vida y no pueden establecer lazos duraderos con nadie, ni echar raíces en ningún lado. Chesterton, sin embargo, decía que es bueno que a un canto rodado le salga musgo, porque el musgo es vida. Pasas de algo inerte a algo fértil. El migrante siempre quiere volver a eso. Los nativos de un lugar tienden mucho a quejarse de su país, de su tierra, de sus costumbres, de todo un poco. Pero basta con irse fuera una temporada para comenzar a valorar un montón de cosas que no sospechabas.

P: La morriña.

R: Eso es. Ahí está. Puede que tenga un punto irracional, no lo niego. Yo he visto a gente echar de menos sitios objetivamente incómodos, peligrosos, pobres, deprimentes… Pero te dicen que son su casa, que no lo pueden remediar. No lo pueden cambiar por nada del mundo. Mi libro está plagado de historias de gente que ha salido con el único propósito de ahorrar, para poder volver a rehacer su casa. A mí eso me hace pensar que sí, es posible que el sentimiento de pertenencia a un hogar tenga un punto irracional, pero eso no le resta importancia. No deja de ser un motivo, al fin y al cabo, así que no deberíamos desestimarlo.

P: ¿El miedo al extranjero es también irracional, o existen motivos que lo fundamentan?

R: Es muy buena pregunta. Es peliaguda. Mi filosofía, cuando me adentro en estas historias, es evitar la brocha gorda. Ni para un lado ni para el otro. Existen muchos prejuicios, mucha ignorancia y mucha manipulación con respecto a este tema. Y el miedo vende. Pero también creo, por ejemplo, que hay que denunciar ciertas cosas cuando se dan. Si una manada de extranjeros ha cometido una violación, no hay que ocultar que tienen en común una cultura determinada. Es más, es algo que deberíamos poner bajo la lupa, para dejar claro que, si van a venir aquí, tienen que dejar fuera lo malo. Por un lado está eso. Pero por otro, también hay que poner en el foco las historias que atestiguan que la mayoría de los inmigrantes no son problemáticos. El futuro de España, y el de Estados Unidos, pasa por ellos. ¿Por qué no se dicen tanto las cosas positivas? ¿Por qué siempre se habla de ellos como si fueran apestados? Los inmigrantes tienen un estigma y el tratamiento mediático que se hace de ellos no les ayuda a superarlo.

P: A mí me sale preguntarme por qué el miedo vende. ¿Tiene que ver con el arraigo, precisamente, esa desconfianza tribal que nos entra cuando un extranjero se instala en un lugar que consideramos nuestro?

R: Pienso que sí. Y es entendible. Uno quiere sentirse a salvo, sentir que su familia también lo está, y esa desconfianza es muy lógica. Pero en el análisis de aquello que trae el extranjero es cuando a veces caemos en prácticas desafortunadas, creo yo. Esto tiene que ver con cómo se presentan estas historias. Con cómo tendemos siempre a hablar en escala macro. En el tú a tú es como se puede hacer mucho bien. Los debates que se forman en Twitter son odiosos en ese sentido, porque te obligan a reducir cosas complejísimas a 140 caracteres. Hablar con otra persona en el mismo plano, presencialmente, y debatir, si resulta propicio. Eso es lo verdaderamente interesante. Creo que al final el círculo de influencia de las personas es muy limitado. Y por eso en el tú a tú es donde se pueden hacer más cosas. Hablar con cualquiera en esos términos te permite conocer su dimensión humana, su dimensión personal, y superar otras características, importantes también, pero circunstanciales en muchos casos, como la etnia o el credo religioso. Lo difícil es dar cabida a ese tipo de momentos.

P: ¿Cómo saber que quien viene no es una amenaza?

R: Esa es la parte más delicada. Siempre va a hacer falta un mínimo salto de fe. Uno nunca sabe la calidad humana última de nadie. Las relaciones humanas son así. Incluso buenísimas personas pueden hacer cosas horribles en arrebatos de pasión. Son cosas que pasan. Pero te entiendo. A nivel cultural, ¿cómo auscultar las distintas culturas? ¿qué software traen? Ahí yo creo que sí se pueden hacer cosas. Tampoco quisiera estar en la tesitura de tener que legislar, porque se me hace sumamente complicado. Pero te puedo contar una anécdota. El verano pasado estuve en Senegal y conversé en el aeropuerto con un hombre de allí, que se venía a España y que tenía cuatro esposas. Quise advertirle del choque cultural, de que eso aquí es ilegal, que no está permitido. Y él decía que bueno, que sí, pero que él allí tenía cuatro esposas y que le parecía genial. Lo más complicado, creo yo, es cuando dos culturas chocan frontalmente en la manera de entender cuestiones vitales fundamentales. Porque el extranjero que viene tiene que saber adónde va y estar dispuesto a integrarse. Lo que pasa es que me da la sensación de que hay una asimetría. En el mundo hay mucha gente con credos muy fuertes, y en Europa, sin embargo, los credos son cada vez más endebles. Vivimos en un relativismo casi absoluto. El choque, por tanto, es desigual. No tiene mucho sentido pregonar el todo vale pero después decir que no valen ciertas cosas que traen los extranjeros. En el fondo es una contradicción que nos está poniendo frente al espejo. ¿Cuál es la cultura europea que queremos defender? Me parece que no lo tenemos muy claro.

3-dignidad-2.jpg

P: Respetar otras culturas no implica transigir con aquellas que no respetan a las demás, ¿no?

R: Eso pienso. Yo abogo por que la ley no se flexibilice en función de ciertas maneras de pensar por considerar que hay que respetarlas, por ser extranjeras. Si la persona que viene hace algo que no contempla la ley tal y como es entendida aquí, pues que la ley caiga sobre ella. Y si ello implica una deportación, uno sabe a lo que viene. El punto es saber qué es lo que queremos defender. Y que la gente que llega lo tenga claro, también. Pero el asunto de la ley en estos casos es peliagudo, porque ni siquiera el camino que un extranjero debe recorrer para acceder legalmente al país es demasiado asequible. Muchas veces, entrar ilegalmente es la única forma que tienen de acceder después a la legalidad. Esa es la tensión eterna en la que tienen que vivir. Puede dilatarse décadas su estatus de ilegalidad, incluso. Pero eso no quiere decir que sean delincuentes. Si tú eres un campesino hondureño y quieres conseguir un visado de turista, ya no te digo de trabajador, en Estados Unidos, por ejemplo, no te lo van a conceder jamás. Al final, tus únicas opciones pasan por plantarte ahí sin permiso, medrar, caer bien y ver cómo te sacas los papeles después. En España pasa más de lo mismo. Una cosa que a mí me molesta mucho es cuando se reduce este debate a una falsa dicotomía que pinta a los legales como honrados y a los ilegales como mala gente. La realidad es bien diferente.

P: ¿Qué cosas se pueden mejorar de la burocracia de frontera?

R: Puf, es que es muy difícil. En cierto modo es imposible hacerlo mejor. Esto te admite muchos matices. En la parte humana, en el trato que se les da a los ilegales detenidos, que son retenidos durante semanas, etcétera, creo que se puede mejorar muchísimo. Yo he oído testimonios, tanto en la frontera de Estados Unidos como aquí en España, que te erizan la piel. Un Estado de derecho no puede tratar así a los seres humanos. Eso por un lado. Por el lado de cómo decidir a quién permitir la entrada y a quién no, es que es muy difícil. No creo que sea posible evitar esa tensión incómoda de la que hablaba antes. Es incómoda para todos los implicados, además. Pero es inevitable. Al final se genera una especie de siniestro escondite inglés a nivel geopolítico. Si tienes suerte y consigues colarte y adquirir los papeles, bien por ti. Si no, vuelta a empezar. Porque lo normal es que el migrante lo vuelva a intentar. Por lo general, son gente que no tiene nada que perder, así que están dispuestos a repetir la travesía, con todos sus peligros, cuantas veces sea necesario. La verdad es que no se me ocurre una solución para el problema. El open borders es una fantasía irreal, pero rechazar sistemáticamente a todo el mundo no hace bien a nadie, tampoco.

P: ¿Son equiparables los movimientos migratorios en la frontera de México y Estados Unidos con los que vive Europa?

R: Los motivos por los que emigra la gente podrían ser equiparables, pero a la hora de la asimilación, creo que hay menos roce en las Américas. Entre México y Estados Unidos se comparten más elementos culturales. Hay una base común mucho más perceptible. El choque cultural no es tan claro. Al final, todo es Occidente. El poso judeocristiano, grecolatino, o como lo quieras llamar, está ahí. ¿Qué pasa? Pues que tampoco hay que pintar con la brocha gorda en esto. Tú puedes ser de Honduras y ser un marero, un maleante; y puedes ser un musulmán, como tantos que he conocido, buenísimo a nivel humano. Más allá de eso, digamos que mi libro se centra más en esa historia compartida entre las Californias. California entera fue México. Y, antes de eso, fue España. Es una región de Estados Unidos con un aire hispano fortísimo. Sigue habiendo mucho linaje español ahí, lo que pasa es que todo cambió con el tratado de Guadalupe Hidalgo, cuando México perdió casi medio país. Mucha gente dice eso: “Yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó a mí”. No sé. Estados Unidos es un país fascinante. Enarbola una serie valores a nivel identitario, pero son valores que comparte gente llegada de todo el mundo. Es un país esencialmente de inmigrantes. Pero, siendo el crisol de culturas que es, la bandera es un símbolo para todos. Esa diversidad de origen está contemplada en la propia identidad del país a nivel fundacional. España es un país de emigrantes, así que creo que nos cuesta un poco más comprender esa mentalidad. Estados Unidos es un país acostumbrado a la acogida, en el que históricamente todo el mundo ha tenido cabida.

9-el-migrante-y-la-patrulla-2.jpg

P: ¿Es posible volverse a arraigar en un sitio, replantarse en otro lugar, o un desarraigado siempre será un poco eso?

R: Es una buena pregunta. Yo pienso que sí. Pero quizá a nosotros nos resulta un poco raro. Cuando vienes de un país en el que se vive muy bien, como España, no tienes tantos incentivos para arraigarte en otro como Estados Unidos, que además es muy hostil en muchos sentidos. Pero si vienes de Corea del Norte, créeme que te arraigas muy rápidamente. Mira los cubanos estadounidenses, todos los que huyeron del castrismo. Hablan de Cuba como una cosa que ya no existe. Se han llevado su cultura cubana a otro lugar, pero consideran que lo fértil es la idiosincrasia estadounidense. Parece que son nacionales de un país que existe en las nubes. Es una cosa muy etérea. Cuba para ellos ya no es más que un ente idealizado. No piensan en volver, porque lo que existe ahora no es lo que ellos recuerdan. Puf. Yo creo que el arraigo en otra parte sí que es posible. Pienso que es difícil; doloroso, a veces, pero necesario muchas de ellas. No digamos ya cuando tienes hijos nacidos en tu nuevo país, que son estadounidenses, por ejemplo, y que no tienen más ligazón con tu lugar de procedencia que el apellido que les distes y las historias que les cuentas. En Estados Unidos se ve muchísimo eso. A nivel individual, es cierto, puede ser que el inmigrante no termine nunca de resolver ese desarraigo completamente. Como hemos comentado antes, uno siempre quiere regresar. Pero lo que pasa es que también está arraigado a su familia, que está arraigada, a su vez, en otro lugar. Llevarse a sus hijos de nuevo a México sería desarraigarlos a ellos, así que mejor no hacerlo. Imagínate. Es un tema complicado. Por hablar de mi caso, yo sí que llegué a sentir un cierto arraigo allí. Pero ahora pienso que eso no responde completamente a tu pregunta, porque uno no puede estar arraigado un poco en un sitio y otro poco en otro. O se está arraigado o no se está.

Fuente: Libertad Digital