Crítica de la película ‘Transformers. El despertar de las bestias’ (2023)

¿Qué sentido tiene una película de Transformers sin el empuje, la fuerza bruta y -por qué no decirlo- el belicoso republicanismo de Michael Bay? Imagino que todo el del mundo para los fanboys de la franquicia Hasbro en su acepción más clásica, aquellos que defienden los diseños de la serie original de televisión frente a las sobrecargadas criaturas de la saga de Bay. Pero sobre todo, lamentablemente, para aquellos que desean despojar al blockbuster del poco sello de autor o sesgo ideológico que éste pudiera poseer, por muy repugnante que éste pudiera resultarles (spoiler alert: están equivocados).

Concebida a modo de secuela de la apreciable Bumblebee y, por tanto, precuela de la saga iniciada en 2007 con la excelente primera entrega de Transformers, la presente El despertar de las bestias ha caído en manos de Steven Caple Jr., realizador de Creed 2 y films independientes bien valorados como The Land. Gracias a él la película posee una narrativa más clara y transparente que los filmes de Bay, aquí muy feliz limitado a las tareas de producción, rematando un espectáculo familiar voluntariamente menor que, sin embargo, no pierde toda la categoría de evento que sí tuvieron los anteriores films.

No obstante, y pese a cumplir con ese carácter meramente funcional, genera algo de tristeza ese vaciado de estilo y contenido visceral, de esa búsqueda de la blancura total a costa de eliminar el molesto pero extravagante sentido del humor de Bay, esos terribles arrebatos de furia en films destinados al consumo infantil y sí, desde luego, la inmensidad y desmesura de sus tremendas y todavía no bien ponderadas escenas de acción. En manos de Caple Jr las set-pieces son como la de cualquier otra película que ustedes hayan visto, parecen infinitamente más desangeladas, rodadas en escenarios vacíos sin color ni peligro, con el director apoyándose en la selección musical de temas nostálgicos de rythm and blues para limpiar la vertiente marcial, patriótica, fruto de cierta locura post 11-S imaginada -o más bien expelida- por Bay.

Hay, en este sentido, excepciones, como la persecución por las calles de Perú, o retazos como el destino final de personajes como Airazor, que permiten adivinar una película mejor, pero también más cruel. El conflicto y competitividad que se adivina entre los dos Primes resulta también un soplo de aire fresco en la franquicia, y es verdad que se ponen los pelos de gallina cuando la música de Steve Jablonsky reaparece en los instantes de destrucción finales, donde Caple Jr suelta todo aquello que viene sujetando las dos horas anteriores. Pero ni los personajes humanos tienen enjundia -de hecho, la menor de toda la serie, y con diferencia- ni los robots articulan su propio lenguaje al margen de las coordenadas que, paradójicamente, creó el anterior director. Lo dicho: Transformers. El despertar de las bestias es una aceptable película de acción familiar, pero también es una película de Transformers domesticada.

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Fuente: Libertad Digital