Sobre una Caracas Frontal

Hasta mediados de mayo permanecerá abierta en la Sala TAC -Trasnocho Cultural-, Caracas frontal, la más reciente exposición de Marylee Coll, curada por Ruth Auerbach y Franco Micuchi

Por FEDERICO VEGAS

¡Dichosos quienes están en Caracas y pueden recorrer la visión que Marylee Coll nos ofrece en la Sala TAC!

Desde hace tanto tiempo nuestra ciudad aguardaba por una mirada “frontal”, por un exhaustivo enfrentamiento con sus espectadores. En Caracas existe el llamado “derecho de frente”, un impuesto por tener una propiedad “frente” a la vía pública. Ahora se nos revela que las edificaciones podrían cobrar por ofrecer a nuestras calles un insólito e incesante colorido, divertido y a la vez revelador de la verdadera naturaleza de nuestra ciudad.

Antes de adentrarnos en la exposición de Marylee, hablemos un poco de la evolución de Caracas a comienzos del siglo XX, de cómo las fachadas de nuestras casas y edificios se fueron convirtiendo en un delirante espectáculo. Vamos a examinar estos cambios a través de dos planos casi contemporáneos pero con diferencias sustanciales e irreversibles en la concepción de lo urbano.

Ricardo Razetti, 1929

La Caracas de cuadras y plazas

A partir de los inicios del siglo XX, Caracas comenzó a abandonar la disciplina de un riguroso damero formada por cuadras, plazas y patios. El útlimo plano donde predomina esta vocación, esta concordia, lo realiza Ricardo Razetti en 1929. Estamos ante una ciudad de calles y cuadras donde predominan fachadas homogéneas con variantes de colores y cornizas. Las propuestas urbanas que se escapan de esta rigurosa receta (que ya entonces tenía más de tres siglos) son la excepción. Al sur del plano de Razetti aparece la urbanización El Paraíso, con sus mansiones eclécticas, aisladas y rodeadas de jardín. Al noroeste está surgiendo la llamada “Nueva Caracas”, con la novedad de ser concebida para obreros, una especificidad que difiere de la multifuncionalidad de la trama colonial. Comenzaban a manifestarse nuevos criterios tanto de zonificación como de desintegración. Al sureste tenemos a San Agustín del Norte y San Agustin del Sur, también variantes de la trama tradicional destinadas especificamente a familias de pocos recursos y construidas por los urbanizadores. Comienza a perderse la multiplicidad de usos.

En un extremo de la lámina podemos ver un plano más pequeño y a otra escala donde aparece todo el valle de Caracas, desde Catia hasta Petare. Razetti presentía que este sería el nuevo escenario de la ciudad y lo titula “Caracas y las parroquias foráneas”, presentándonos un sistema compuesto por Caracas y  pueblos vecinos que a lo largo del siglo XX serán englobados por la metrópoli, muchos de ellos también basados en dameros: Chacao, Petare, Antímano, El Valle, La Vega, Baruta, El Hatillo.

Casas de El Paraíso

Eduardo Rohl 1934

La Caracas de quintas y urbanizaciones

En 1934, apenas cinco años más tarde, Eduardo Rohl publica este plano, titulado «Caracas y sus alrededores». Está basado en una foto aérea y predominan las montañas, colinas y valles que confroman el escenario de una Caracas metropolitana.

Aquí vemos cómo el damero de la ciudad colonial está circunscrito a una pequeña porción del valle, parte de un sistema mucho mayor donde hay pueblos a punto de ser absorvidos, nuevas urbanizaciones con tramas disímiles que se ignoran unas a otras, y, sobre todo, amplios territorios que la ciudad está ansiosa de conquistar. Aquí se exaltan, insisto, los accidentes, los llenos y vacíos, los relieves y las sinuosidades. Se trata de una ciudad más pendiente y conciente de su geografía que de su historia.

Siempre que vuelvo a revisar este plano recuerdo una ecuación que proponía mi padre: «Caracas es una ciudad atacada por sus habitantes y defendida por su topografía”.

Nótese como el casco colonial del centro y los pueblos de origen colonial, como Petare y Chacao, se señalan con cuadras en rojo; en cambio las nuevas urbanizaciones hacia el este (Los Caobos, La Florida, el Country Club, Campo Alegre, Los Palos Grandes y Sebucán) aparecen en tonos de amarillo, resaltando con puntos negros sus edificaciones aisladas.


Es evidente que son dos lenguajes, dos concepciones. Una privilegia la cuadra como unidad, la otra la edificación aislada. Se trata de un cambio profundo con consecuencias que no han sido analizadas.

Allan Brewer Carías planteaba hace medio siglo que en Caracas van  prevaleciendo las urbanizaciones sobre los urbanismos, los urbanizadores sobre los urbanistas. Es el caso de Luis Roche y Juan Bernardo Arismendi, quienes desarrollan en haciendas aledañas a Caracas propuestas donde predomina una nueva especie llamada «vivienda unifamiliar aislada», similar a una casa en medio del campo. Tal como lo indican los adjetivos «unifamiliar» y «aislada», esta será una semilla poco propicia para cultivar una ciudad.

Ni siquiera está planteado que estos nuevos urbanismos se comuniquen entre sí, pues las quebradas norte-sur, que definían las haciendas de café, sirven también de separación a las nuevas urbanizaciones. Nótese en el plano de Rohl como se comunicaban sólo en su extremo sur, a lo largo de lo que será la avenida Francisco de Miranda. Este aislamiento parece ser parte de una estrategia, de una intención consciente. Se está pasando de la ciudad congregada a una ciudad disgregada por vocación, sin verdaderas plazas (salvo la bella y generosa plaza Altamira). De un urbanismo donde predomina el contexto, se pasó a urbanizaciones donde predominan los elementos. Las casas urbanas de patio que conformaban cuadras comenzaban a ser relegada por casas suburbanas de jardín perimetral. El aislamiento es la nueva consigna, la meta, el bienestar. Es sin duda una estrategia de marginación, una suerte de ciudad marginante que explica en buena parte un perímetro de marginalidad.

La palabra “barrio”, que en todas las ciudades de América Latina se refiere a lo más entrañable, fundacional y tradicional  de una ciudad, en el caso de Caracas la usamos para referirnos a establecimientos perimetrales no planificados y con carencias de vialidad y servicios.

Enfrentando frontalmente a Caracas

Un siglo después del plano de Razetti entra en escena Marylee Coll.

Me pregunto cuándo y cómo se iniciaron sus obsesivas travesías por la ciudad organizando un archivo (que presiento infinito) de fachadas sin otra armonía con sus vecinos que el desconcierto.

No creo que la investigación de Marylee nació en los abrevaderos de los historiadores, ni en el analisis de los urbanistas, ni en las búsquedas de los arquitectos. Su punto de partida parece ser más íntimo, más inexplicable, más intuitivo. Tampoco creo que se trata de un voluntarioso registro fotográfico. Pareciera más bien haber brotado de una intuición transformada en obsesión, en algo que se inicia sin saber bien el porqué, y luego no hay manera de detenerlo. Incluso el organizar los hallazgos se torna elusivo, cambiante, incesante. Quizás la única manera de encontrar un descanso, relativo y pasajero, haya sido ofrecer una exposición, pasar de ser un juez que elige lo que falta y lo que sobra a un artista que se expone y espera sentencias sinceras y justas.

Es lo que ahora trato de hacer, comprender y compartir lo que su obra nos despierta, nos remueve, nos revela (incluso pordemos aosmarnos al verbo rebelar).

Siento que esa Caracas que se apartó radicalmente de la herencia prodigiosa del damero se nos ha convertido en un ente integralmente fragmentado, conformando una secuencia incesante y continua de aislamientos, de elementos en una lucha contante por no ser ciudad. Nuestra frenética creación de retiros laterales, de frente y de fondo, generó la franca negación de una línea serena de bordes de cielo.

Nuestras calles (las más divertidas, pues las hay también anodinas e insípidas) nos ofrecen un muestrario de máscaras que no llegan a conformar una comparsa, sino una angustiosa ansiedad de establecer límites y fronteras. Nos encontramos ante desafiantes intimidades consagradas en una figura jurídica que niega sin pudor lo urbano: «vivienda unifamiliar aislada». Me atrevo a probar que de esta “pequeña casa de la pradera” nacen aberraciones como nuestro Parque Central, la antítesis absoluta de un Central Park

Nos ha ido congregando una forma de ser basada en el “soy” y el “aquí estoy”, y ya no en el “somos” y “estamos juntos”. Vamos viviendo en un transcurrir de presentes sin pasado y futuros a la deriva.

Lo interesante, lo insólito (al menos en mi caso) es que esta supuesta tragedia bajo el lente de Marylee me genera una suerte de alegría, de gozo. Me incita a recorrer Caracas y también a retratarla. Toda tragedia trae de la mano un espectáculo.

En una época recorrí con Ramón Paolini y mi padre los pueblos más remotos de Venezuela. Buscábamos los ejemplos fundados por España conforme a las Leyes de Indias, con sus plazas e iglesias, calles continuas y una retícula muchas veces perfecta. Fue sencillo encontrarlos pues más del 90% de nuestras poblaciones fueron fundados antes de la independencia. Llamamos a ese trabajo Venezuela Vernácula.

La etimología de vernáculo propone que “verna” era el “esclavo nacido en la casa de su amo”. Y tiene sentido, pues nuestros pueblos fueron fundados por un Imperio estricto, incluso obsesionado en mantener el control. La mayor falta que se podía cometer, y merecía la pena de muerte, era fundar un pueblo sin permiso de la Corona.

Quizás también tenga sentido hablar de una Caracas Vernácula al asumir (y no solo asomarnos) la indagación de Marylee Coll. Se presiente que son fachadas aisladas que han nacido intentando imitar algo. No es una arquitectura vinculada a nuestra historia y geografía, sino interpretaciones de fórmulas que no forman parte integral de nuestra cultura. Su encanto es la sorpresa, la alegre discordancia.

Lo cierto, lo imperativo, es que la visión de Marylee puede congregarnos con la fuerza telurica, incluso misteriosa, que suele ofrecernos el arte, incitando preguntas, emociones, desconciertos que, aparte de disfrutar y celebrar, más nos vale tomar muy en serio.

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