Maduro, el papa Francisco y el cinismo sin límites

La foto que divulgaron en 2016, pero que correspondía a una reunión de 2013

La tragedia venezolana ha estado marcada, desde hace más de una década, por la conjunción de dos fuerzas letales: la incompetencia y la criminalidad de Estado. Pero pocas escenas encapsulan mejor el cinismo de Nicolás Maduro que su intento sistemático de invocar el nombre del papa Francisco para legitimar su régimen represivo. Un esfuerzo patético que insulta la memoria de las víctimas de la crisis humanitaria y pervierte los valores que el propio pontífice argentino defendió toda su vida.

Un teatro burdo en el corazón del Vaticano

Corría octubre de 2016 cuando Nicolás Maduro, en una maniobra oportunista, logró forzar una breve audiencia privada con el papa Francisco durante una escala camino a Azerbaiyán. El encuentro, lejos de la pompa y solemnidad habituales, se manejó con extrema reserva. No hubo fotos oficiales ni comunicados de celebración. El Vaticano, consciente del perfil de su visitante, evitó cualquier gesto que pudiera interpretarse como respaldo.

Sin embargo, fiel a su manual de propaganda, el régimen venezolano manipuló los hechos: reutilizó una fotografía de 2013 y la presentó como prueba de una nueva reunión “fructífera”, acompañándola de declaraciones altisonantes sobre el supuesto apoyo papal a su gobierno. El Vaticano, en un gesto inusual de firmeza diplomática, desmintió esta versión, dejando claro que la única preocupación expresada fue la profunda crisis social, política y humanitaria que asfixiaba —y aún asfixia— a Venezuela.

La mediación frustrada: un espejo de la traición

Al mismo tiempo, bajo la presión del secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry —preocupado de que un estallido de violencia en Venezuela afectara las posibilidades de Hillary Clinton en las elecciones de noviembre—, el Vaticano intentó mediar en un diálogo entre el gobierno de Maduro y una oposición que exigía la celebración de un referéndum revocatorio. La isla de Margarita fue el escenario de las primeras conversaciones, que nacieron marcadas por la desconfianza y el fracaso.

En diciembre de 2016, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, envió una carta pública con exigencias claras y no negociables: liberación de presos políticos, apertura a la ayuda humanitaria internacional y establecimiento de un cronograma electoral. La respuesta de Maduro fue, como era previsible, el incumplimiento absoluto de estos compromisos. Los diálogos naufragaron, dejando en evidencia que el régimen buscaba ganar tiempo, desmoralizar a la oposición y profundizar su autoritarismo.

Francisco, traicionado e instrumentalizado

El papa Francisco fue un crítico implacable de los sistemas que generan miseria, violencia y exclusión. “No puede haber verdadera paz si se aplasta la dignidad humana”, ha repetido en innumerables ocasiones. Resulta por tanto grotesco que Nicolás Maduro, líder de un régimen señalado por violaciones sistemáticas a los derechos humanos, pretenda apropiarse del legado papal.

La Conferencia Episcopal Venezolana, en plena sintonía con la Santa Sede, ha calificado reiteradamente al régimen de Maduro como ilegítimo y criminal. Aún así, el aparato de propaganda chavista ha utilizando la imagen de Francisco como un escudo moral, en una estrategia tan desesperada como inmoral.

En 2019, el papa Francisco puso fin a cualquier ambigüedad: dirigió una carta al “Señor Maduro” —evitando el trato de presidente— en la que lamentaba el fracaso de los diálogos, imputando al régimen la falta de voluntad política y el incumplimiento de los compromisos asumidos. Maduro, en su acostumbrado desprecio por la verdad, ignoró la reprimenda y siguió adelante con su farsa internacional.

Un pobre diablo hundido en su propio estiércol

Hoy, Nicolás Maduro no es más que un personaje trágico en el peor sentido del término: un pobre diablo atrapado en su propio pantano de corrupción, represión y hambre. Su intento de asociarse a Francisco no engaña a nadie: mientras el Papa representó la defensa de los pobres, la justicia y la dignidad humana, Maduro encarna la negación de esos mismos principios. Su régimen ha dejado a millones de venezolanos en la indigencia, ha criminalizado la disidencia política y ha convertido al país en uno de los mayores generadores de migrantes y refugiados del mundo. Frente a esta devastación, la pretensión de presentarse como un adalid de la paz y la justicia es tan absurda como obscena.

La historia será implacable. El nombre de Nicolás Maduro quedará asociado a una de las épocas más oscuras de América Latina, mientras que el legado de Francisco seguirá iluminando los caminos de quienes luchan por la dignidad y la libertad.

Maduro podrá manipular fotos, discursos y narrativas. Lo que no podrá hacer —nunca— es limpiar la sangre que pesa sobre sus manos ni la miseria que su régimen sembró en el pueblo de Venezuela.

Originalmente publicado en la cuenta de X del autor @pburelli

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