El escrache

El SNTP ha registrado las detenciones de seis periodistas luego de las elecciones presidenciales

Acaba de finalizar la asamblea de medio año de la Sociedad Interamericana de Prensa y como es habitual los informes sobre la situación de la libertad de prensa en el continente acapararon la atención y, también, como es habitual, el panorama en ese plano empeora año a año, semestre a semestre.

El número de periodistas asesinados aumenta producto del creciente y expansivo poder del crimen organizado. No se andan con chiquitas: no les gusta y no les preocupa si es o no políticamente correcto, no reconocen leyes ni respetan instituciones; están por encima de lo jurídico.

A muchos gobernantes, en lo íntimo, les seduce ser tan expeditivos; pero eso, junto con la censura previa y las clausuras, fueron métodos bastante utilizados por las dictaduras militares y no queda bien. Algunos persisten -ver Daniel Ortega y Nicolás Maduro-, pero el nuevo milenio muestra cambios cosméticos en eso de violar la libertad de expresión y pisotear las instituciones en ese afán de hacer valer lo político por sobre lo jurídico, que es la siniestra novedad impuesta por los mandamases de turno para degradar primero la democracia y destruirla después y así hacerse del poder absoluto y total.

Aquello de la separación de poderes ya es una antigualla: sobreviven aún congresos independientes, pero como que decrecen, lo que más inquieta, empero, es la pérdida de independencia del Poder Judicial -léase jueces y fiscales- cada vez en más países. En casos obedecen directamente a un Ejecutivo autoritario, en otros jueces y fiscales pretenden gobernar en paralelo y el más común es el de jueces y fiscales militantes de un partido político bajo cuyas órdenes o ideología actúan; disimuladamente y ni tanto. Con el añadido de que jueces y fiscales se autoconsideran intocables, cuasi sagrados, con responsabilidades cero y para nada sometidos al escrutinio público y ni qué hablar de las críticas de la prensa y las investigaciones periodísticas.

A todo esto, paralelamente ha recrudecido el “escrache” a periodistas, esto es, escrachar ya directamente con nombre y apellido a los hombres de prensa. El método lo comenzó a popularizar el comandante Hugo Chávez, que en los actos políticos acusaba a periodistas, fotógrafos y camarógrafos: los identificaba, señalaba y ubicaba por si la turba quería sumar lo suyo. Néstor Kirchner fue uno de los grandes maestros en estas prácticas -una de sus mejores discípulas fue su esposa Cristina-. Rafael Correa desbordaba desde radios y TV -el Bocazas, le decían- y llegó a utilizar más de un millar de insultos distintos. Lo mismo Evo, sin duda junto con Ortega uno de los grandes machos de América; pero éste, a diferencia del boliviano, fue más lejos: cerró medios, echó a periodistas del país y hasta les quitó la ciudadanía. Nicolás Maduro no se quedó atrás, para nada. Jair Bolsonaro adoptó la línea del enchastre de periodistas y fue mucho menos sutil en eso que Lula. Y por si fuera poco, hoy los que más brillan en el firmamento son Donald Trump, que volvió con bríos renovados; Nayib Bukele y Javier Milei. Se sacan lascas entre ellos en la tarea de escrachar a periodistas como una moderna y efectiva forma de atacar la libertad de expresión.

No es fácil. Y se complica más, porque cada vez se suman más “periodistas” a ese juego del escrache -entre sí-, degradando la profesión y siendo cómplices de los enemigos de la libertad de prensa.

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