Siempre he pensado que, incluso en la derrota, hay dignidad cuando se ha intentado. Porque prefiero perder votando, con el alma llena de esperanza, que perder desde la comodidad del sofá, con los brazos cruzados y el control remoto en la mano.
Votar no es solo un acto político, es un grito de resistencia, un grano de arena que se suma al anhelo colectivo de ver renacer a Venezuela.
Muchos en este país –y especialmente en mi Zulia querido– se debaten entre el cinismo y la esperanza. Pero el cinismo jamás ha servido para construir nada. Solo la esperanza y la acción dan frutos. No se puede pedir cambio si no se está dispuesto a ser parte de él. No se puede exigir dignidad cuando se renuncia al derecho de ejercerla. No se puede criticar con autoridad moral cuando ni siquiera se fue a marcar una papeleta.
Sí, yo también he sentido frustración, rabia, impotencia. Pero si algo me queda, aunque sea el último aliento, lo invertiré en tener fe en la democracia. Porque en Venezuela lo que ha terminado por hundirnos no es solo el poder de los que mandan, sino la indiferencia de los que se rinden. Esa indiferencia que nos deja sin voz, sin voto, sin derecho al reclamo.
Años de lucha nos han enseñado que la radicalización, por muy ruidosa que sea, no siempre nos lleva a buen puerto. Al contrario, ha servido de combustible para que el enemigo se afiance y el pueblo se hunda aún más en el desencanto. Lo que necesitamos no es más odio entre bandos, sino unión entre hermanos. Y esa unión empieza en las urnas.
Como ciudadanos, debemos asumir nuestra parte. Pero como políticos, se debe asumir aún más. Quien quiera liderar, que lo haga con el pecho afuera, sin miedo al plomo, al insulto, a la traición. Que lo haga con propuestas, con ternura, con verdad. No desde una pantalla con el dedo acusador, sino desde la calle, con el pueblo al lado.
Bien lo dijo Kiko Bautista en la entrevista con Juan Carlos Fernández: tenemos dos oposiciones.
Ok pero, ¿Y ahora qué? ¿Seguimos dividiéndonos en grupitos de «más puros que tú» o entendemos de una buena vez que nadie va a ganar si no ganamos todos? La historia no la escriben los que se quedan sentados, la escriben los que se arriesgan, los que se equivocan, los que insisten.
Entonces, si llega el día de votar, ¡vota! Aunque estés cansado, aunque no creas del todo, aunque dudes. Porque votar es apostar por la posibilidad. Y si no es por ti, hazlo por tu hijo, tu mamá, tu pareja, tu vecino, tu abuela, tu barrio, tu país.
Para que un día puedas mirar atrás y decir: “yo no me quedé viendo cómo me soplaban el bistec, yo al menos eché mi granito”.
Porque al final, prefiero perder votando que perder sentado en mi casa.
@soyjosecorrea
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