La clave de la vida y reflexión de la Iglesia en el Concilio Vaticano II, es la Comunión que se origina en el Misterio Trinitario y se encarna en la humanidad como Pueblo de Dios, formado por todos los Bautizados. Somos un Pueblo elegido por Dios. Hoy, con el llamado a profundizar en el designio de Dios que nos creó para ser libres y vivir en Comunión Fraterna, reflexionemos en esta realidad de Pueblo de Dios que el Concilio destaca como nuestra mejor manera de vivir según la voluntad divina, igual que lo trata el Sínodo de la Sinodalidad.
La Lumen Gentium (LG), después de enseñarnos que la Iglesia es fruto del amor del Padre y la misión del Hijo y del Espíritu Santo, nos regala, desde el mismo Misterio, un capítulo sobre el Pueblo de Dios (LG 9-17). Todos pertenecemos a un Pueblo que el Señor eligió como suyo. No hay distinción de dignidad, sino comunión fraterna. En él todos somos responsables de vivir y mantener los servicios mutuos para el bien de todos.
Un Pueblo de Bautizados es el Pueblo de la Nueva Alianza, éste es el sentido del proyecto actual, pastoral y espiritual de la Sinodalidad. El término y el espíritu de “Sínodo” es caminar juntos, unidos como Pueblo peregrino, camino que nos conduce hacia el Reino Eterno. Destaca el Documento Final del Sínodo que el Pueblo de Dios no está compuesto de Bautizados sin compromisos, como simples receptores. Por el contrario, todos somos protagonistas, en corresposabilidad, con ministerios y carismas diferentes, pero armonizado en el servicio de amor.
Poco después del Concilio Vaticano II el teólogo dominico Yves Congar publicó un artículo sobre “la Iglesia Pueblo de Dios” donde explica que en la Lumen Gentium al “señalar lo que es común a todos los miembros del Pueblo de Dios antes de que cualquier distinción de oficio o de estado, en el plano de la existencia cristiana surja entre ellos”. Sigue enseñando Congar destacando su valor de historicidad: “Ese Pueblo es el beneficiario del acto por el que Dios perdona y salva, a menudo con una referencia tipológica a las distintas salvaciones de que fue objeto Israel, comenzando por la salida de Egipto y el paso del mar Rojo. Pueblo de Dios expresando el aspecto de que la Iglesia está compuesta de hombres en marcha hacia el Reino, sirve para traducir los valores de historicidad”. Este es el sentido más profundo de la Sinodalidad.
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